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LAS DOS MONTAÑAS

Los ciclistas eran fuertes, sus bicicletas eran ágiles y sus sueños eran infinitos.

Fue la mañana del 8 de diciembre de 2013 cuando los pedales volvieron a girar.

Una amalgama de colores, coludidos por el místico brebaje de una ruta colosal, aguardaba impaciente la partida para devorar con creces el asfalto y coronar con éxito las dos Montañas al otro lado de una gran ciudad.

Los ciclistas eran raudos, sus bicicletas eran fuertes y sus ganas de volar eran infinitas.

Allí estaban todos, rutilantes, con su aura de ciclista infundiéndoles valor, esperando a que el sueño se traduzca en gloria y el esfuerzo más inverosímil en una gran conquista situada a 900 metros sobre el nivel del mar. Cien kilómetros en bicicleta alrededor de Lima serían la justa épica para desbordar coraje y dejar la vida entera en las montañas más altas de Huarochirí.

Los ciclistas eran ágiles, sus bicicletas eran rápidas y sus ganas de rodar eran infinitas.

Y así volvió a ocurrir la Vuelta a Lima, un evento sin parangón que cautivó el espíritu guerrero de cientos de ciclistas, quienes a bordo de sus monoplazas se atrevieron a desafiar las cumbres más exigentes de nuestra ciudad.

(Al Noreste de Lima hay un lugar llamado JICAMARCA, cuyas montañas acostumbran besar el cielo de nuestra ciudad, su geografía árida y montañosa no ha sido óbice para la expansión urbana, que en los últimos años viene tomando forma y hoy en día se apuntala como una zona emergente de la capital).

Tras devorar el asfalto a velocidad insospechada, la Vuelta a Lima hace su ingreso en JICAMARCA, donde los cientos de ciclistas, ya mentalizados, saben que se viene lo mejor, no obstante ya muchos sucumbieron al rigor de un asfalto que les fue esquivo, donde no pudieron apurar el paso y tuvieron que abortar la expedición.

Los hombres del pedal van entrando en JICAMARCA, de uno en uno, de diez en diez, de cien en cien, cada quien a su ritmo, trepando la última porción de asfalto que les queda para coronar el Arco que anuncia el ingreso a las montañas. Más de uno queda relegado y exhausto y la pendiente lo obliga a bajarse de la bicicleta. Otros pelean su propia batalla, se resisten, resuellan y están dispuestos a morir sobre el sillín de su bicicleta antes que sus pies toquen la tierra, finalmente lo logran, cruzan el arco y entre vítores, aplausos y palabras de aliento sienten que han conquistado el cielo.

Los ciclistas eran grandes, sus bicicletas eran mágicas y sus ganas de soñar eran infinitas.

Mientras los recién llegados beben agua a raudales, se alimentan y narran su proeza, otros se disponen a ir tras las dos montañas, porque desean más de aquella droga natural que el cuerpo produce cuando es sometido a esos trajines que sólo los ciclistas conocemos, porque saben que aquí comienza el verdadero reto, porque saben que a partir de aquí la lucha será consigo mismo, porque están seguros que luego de coronar esas dos cumbres sus corazones recién estarán tranquilos.

Los ciclistas eran decididos, sus bicicletas eran recias y sus ganas de trepar cerros eran infinitas.

Y así empezó el gran reto, sobre una trocha carrozable que se iba abriendo paso entre los cerros para perderse inmisericordemente en una cumbre que aún nos era esquiva; pero hacia allá íbamos, impulsando nuestros monoplazas con las piernas ya desechas y el corazón embravecido, ¡nadie dijo que sería fácil!, pero todos queríamos estar allí para saborear el éxito de la jornada, cada uno con su bicicleta, formando aquella extraña unidad indivisible que sólo experimentan los ciclistas cuando ruedan, jadeando cada centímetro de carretera, con las fauces deshidratadas y la nariz humedecida, batallando contra sus propios demonios y soñando con aquella cumbre que los haría sentirse VIVOS para siempre.

Los ciclistas eran extraordinarios, sus bicicletas eran inverosímiles y sus ansias de conquistar el mundo eran infinitas.

La Vuelta a Lima II hizo gala de pujanza, los que se atrevieron a desafiar los cerros sacaron fuerza hasta de donde no pudieron, algunos para no rendirse caminaron y empujaron su bicicleta hasta la cima, otros prefirieron buscar atajos pero tal irreverencia hizo que la montaña les pasara la factura, no obstante llegaron a la cumbre y con ello los primeros 50Km ya habían sido resueltos.

Luego vendría la segunda cumbre, que nos haría cruzar de Lima Este a Lima Norte, para luego rodar en caída libre hasta el distrito de Comas.

Algunos ciclistas decidieron abandonar la ruta después de cruzar la primera cumbre, pero otros que ya habían decidido escribir su nombre en los anaqueles de la Vuelta a Lima se lanzaron a rodar por las abruptas cuestas de JICAMARCA que conducen a COLLIQUE, de cuyo punto más alto se observa un paisaje montañoso inconmensurable, con una trocha zigzagueante, casi vertical, que se desata como un hilo en el vacío y no se detiene hasta llegar a la Av. Túpac Amaru en el distrito de Comas. Grande fue la proeza, grande fue el espíritu, grande fue el coraje que llevó a muchos ciclistas a completar la ruta y a disfrutar ese descenso vertiginoso como un pago a su denuedo, porque todo aquel que trepa una montaña tiene derecho a bajarla.

Así culminó la segunda edición de la Vuelta a Lima, un reto ciclista promocional con ribetes de competencia, un evento creado por RodandoPerú como un aporte a la comunidad ciclista limeña.

La Vuelta a Lima sacó lo mejor de todos y en ella se observó el afán de muchos ciclistas de contar con un evento competitivo que los incluya a todos y donde cada uno pueda demostrarse asimismo hasta dónde es capaz de llegar a bordo de esta maravillosa máquina que inspira y genera libertad, felicidad, tenacidad y disciplina para alcanzar todo lo que te propongas.

Gracias a todos los ciclistas que participaron en la segunda edición.

Un agradecimiento especial a Pedro Salazar, quien guió el recorrido por las montañas de Jicamarca.

¡LA VUELTA A LIMA TE EXIGE MÁS!ggg

¡La bicicleta nos une!

Atte

Dúbert Díaz Ramírez.
Presidente de RodandoPerú.

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